La educación se moderniza tan lentamente que nunca dejará de
estar anticuada
26 agosto 2021 22:49 CEST
Se admite casi de modo unánime que
las innovaciones o los simples cambios en educación resultan, quizá, excesivamente
costosos, a juzgar por lo poco que se mueven las prácticas docentes en las
aulas. En definitiva, por la lentitud de los procesos de asimilación de nuevas opciones didácticas –genéricamente
hablando– por parte de los docentes, para actualizar sus intervenciones y
ponerlas al día con lo que exige la sociedad de cada momento, ofreciendo
posibilidades diversas al alumnado para su adecuada formación de cara a incorporarse a un mundo con
características y requerimientos concretos.
La sociedad evoluciona rápidamente,
no cabe duda, y si la educación institucional no quiere perder su papel
fundamental en el desarrollo y evolución de la persona, debe ponerse en marcha
a paso ligero para no perder el tren en este proceso de avance que se visualiza
como esencial para el futuro de la ciudadanía en sistemas democráticos en los
que la participación activa es imprescindible.
Algunos ejemplos nos pueden servir
de evidencia de ese desfase temporal en la actualización escolar con el que
comenzamos este texto. Veamos.
Comenius, en 1630, publica su Didáctica magna, en la que propone, entre otras muchas innovaciones, la enseñanza cíclica, que se incorpora a nuestro sistema educativo en enero de 1981, después de 300 años.
Podríamos quedarnos en el examen de
la obra de Comenius, porque anticipa importantes avances en educación,
especialmente en lo referente a la mujer, pero no es el objeto de estas líneas,
aunque se recomienda la lectura de este autor.
Teorías
escuchadas muchas veces
Si revisamos los temas que
resultaban problemáticos y de actualidad en el siglo XVII (por ejemplo), tanto
en textos de pedagogos con prestigio reconocido, como en los de los “maestros
del arte de escribir” (lingüistas, pero maestros, al fin), se observa que
aparece la importancia de la familia en la educación, la formación de los
maestros, las vacaciones escolares, el número de alumnos por aula, la educación
de la mujer, el papel de la inspección… Nos suena, ¿verdad?
Parece que la discusión sobre determinadas
cuestiones educativas no termina nunca. No acabamos de aprender de la ciencia y
de la experiencia para llegar a resolverlas, a pesar de los muchos avances que
han tenido lugar en todos los campos.
El
aprendizaje por proyectos data de 1918
Damos un salto hasta 1918, año en
que Kilpatrick propuso formalmente el método de proyectos como metodología
favorecedora del interés de los estudiantes para aprender, al promover la
investigación y el trabajo en común, motores del fomento de la curiosidad de
niños y jóvenes.
Al aparecer las competencias clave
en nuestro sistema educativo, a partir de la LOE, muchos centros optaron por
el trabajo y aprendizaje basados en proyectos.
Perfecto. Lo grave es que la mayoría de docentes pensó que era un
descubrimiento actual. Después de 100 años tras su invención, al fin llegó a
las aulas.
Las
nuevas tecnologías ya son viejas
La informática aparece,
inicialmente, hace unos 80 años. No obstante, muchos colegas continúan hablando
de nuevas tecnologías al referirse a su aplicación en educación. No sería
importante, si no fuera verdad en algunos casos. La situación de pandemia y
confinamiento puso de manifiesto la falta de actualización y alfabetización
mediática de buen número de docentes, para los que, en efecto, seguían (y
siguen) siendo nuevas estas tecnologías.
Si pasamos al campo de la
evaluación de aprendizajes, recordemos que la evaluación continua (no los
exámenes continuos) está implantada en España desde 1970, en su Ley 14/1970, de 4 de agosto, General de Educación y
Financiamiento de la Reforma Educativa. Bien, pues todavía hay que
insistir en sus beneficios y en la conveniencia de su generalización, al menos
en las etapas de educación obligatoria, no selectiva por principio.
El magisterio se resiste a
abandonar el modelo de evaluación mediante pruebas puntuales
y escritas, para pasar a la evaluación permanente de procesos, de carácter
formativo, que permite tomar decisiones inmediatas para superar cualquier
disfunción que pueda presentarse, favoreciendo así el aprendizaje personalizado
y de éxito en la mayoría del alumnado (educación inclusiva). Han pasado 50 años
sin conseguir generalizar el modelo.
La actualidad exige el trabajo en
equipo, porque es imposible que una sola persona abarque los saberes que la
humanidad ha acumulado y sigue haciéndolo a ritmos inigualables a los de otras
épocas.
Esta situación requiere de
especialización en determinados campos, pero para avanzar se hace precisa la
colaboración de muchos conocimientos, es decir, de muchas personas que han
debido formarse –además de los saberes específicos de su carrera profesional–
en investigación, trabajo cooperativo, creatividad, pensamiento divergente y
crítico, control de emociones, apertura a la innovación, etc.
El
acceso a la información no es el problema
Todo debe derivar en un modelo
educativo diferente al de siglos pasados en los que la transmisión de
información resultaba fundamental. Hay que ser conscientes de que acceder a un
conocimiento concreto, en estos momentos, implica solamente introducir la
palabra precisa en un buscador informático y en segundos se dispone de millones
de datos relacionados con lo solicitado. La información no es el problema de
nuestra sociedad, lo es la capacidad de discernimiento referida a la enorme
cantidad de información recibida.
Es hora de avanzar sin miedo, de
progresar en métodos, organización, evaluación, contenidos, metas realmente
significativas para el sistema que lo sean también para la población. Si no se
consigue un modelo que capte el interés y despierte la curiosidad de quienes se
forman en él, difícilmente resultará funcional para la vida que nos toca
abordar en este tiempo cambiante, inseguro, con la incertidumbre como futuro.
Si la formación inicial del
magisterio continúa llevándose a cabo con métodos tradicionales, el maestro, al
llegar a su aula por primera vez, reproducirá lo que hicieron con él cuando
ingresó en la escuela; es decir, cada maestro que se incorpora como nuevo
docente retrocede veinte años con respecto a la
fecha de su titulación. Sale de la carrera sin haber adquirido las competencias
que actualmente se precisan para educar. Y así continuará si no cambian las
cosas radicalmente.
Se
necesitan competencias para el mundo actual
La educación debe garantizar la
adquisición de competencias que aseguren a la persona el dominio sobre la toma
de decisiones que deberá realizar día a día con cierta seguridad de acierto.
Para ello no es válido un sistema memorístico y rutinario, creador
de sujetos sin criterios propios ni independencia de juicio,
sino otro que ayude a la autonomía y a la creatividad, con las que emprender la
vida mejor para cada sujeto en cada circunstancia.
¿Tardaremos muchos años en tomar
las decisiones necesarias? ¿Hasta cuándo estaremos haciendo perder el tiempo a
las generaciones jóvenes? ¿Todavía no sabemos lo suficiente como para poner en
marcha un sistema acorde con la realidad actual?
Esperemos que en esta tercera
década del siglo XXI seamos capaces de adecuar la educación a las necesidades
de la persona y de la sociedad.
Autor
Profesora de la Universidad Camilo José Cela y Directora del Instituto
Superior de Promoción Educativa (Madrid), Universidad Camilo José Cela
Cláusula de Divulgación
María
Antonia Casanova no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee
acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda
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